Soy un enamorado de la belleza y puedo encontrarla en un lugar tan singular como la cabeza de un alfiler, así como en los rasgados ojos de Ava Gardner, en una sonrisa, en las rimas de un soneto, en el canto gregoriano, en las filigranas de la arquitectura gótica, en el vuelo de las aves o en la majestuosa soledad de un desierto. Es un bálsamo para los sentidos apreciar las maravillas que te ofrece la naturaleza, aunque para sentirla en todo su esplendor y percibir sus infinitos matices, es necesario disponer de cierta sensibilidad. Paseaba yo por la Rúa Bambina, una céntrica calle de Río, emblemática ciudad de un gran País sudamericano, cuando vi a lo lejos, avanzando hacia mi, una «Garota», que destacaba del resto de los viandantes. Lucía una silueta impresionante, un envidiable color de piel, un caminar felino y unos exóticos rasgos faciales, enmarcados por una ondulada cabellera negra azabache. Era imposible apartar la mirada de aquel prodigio de la naturaleza. Mi admiración no pasó desapercibida por la criatura y -al cruzarse- me obsequió con una espléndida sonrisa, como ocurre cuando delante del retrato de la Mona Lisa y sabiéndose objeto de admiración también nos obsequia con su enigmática sonrisa, cuando la contemplamos. Aquel gesto me alegró la mañana y quedó grabado en mi disco duro para siempre. Esto ocurrió hace cuarenta años, aunque debo advertir que en los tiempos actuales y en ciertos lugares de este Planeta no es aconsejable intentar algo así, porque la chica podría llamar a un Guardia con riesgo -aunque no tenga nada que ver con el asunto- de ser acusado de acoso sexual… LOS RELATOS BREVES DE JM RASKAVICH.
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El fragmento del NUEVO libro ¿por qué somos tan imbéciles? 6ª Ed. 2.0