Un amigo me pregunta: ¿como se alcanza la felicidad? Antes de contestar a esta cuestión -aparentemente sencilla- pienso, y a medida que voy entrando en materia, la respuesta se vuelve más y más compleja. Intentaré dar una respuesta coherente a este interrogante que nos afecta a todos, aunque tengo la sospecha, de que me estoy metiendo en un berenjenal. En un principio, la cabeza me lleva frente a lo que podría estar relacionado directamente con el motor que nos mueve a todos para encontrarla: bajo mi punto de vista, la felicidad depende de hallar un equilibrio entre lo que tenemos y lo que deseamos tener. El problema radica en que TODOS QUEREMOS MÁS, circunstancia que produce competencia. y que dificulta conseguirla porque, al parecer, actúa del mismo modo que lo hace un sistema de vasos comunicantes. Siendo consciente de que somos más de ocho mil millones de individuos en este Planeta, y que cada uno de nosotros tiene fijadas en el cerebro sus particulares metas, la contestación requiere un espacio, un tiempo, una información y un proceso difíciles de conseguir de manera que, como no quiero terminar agotado ni pretendo aburrir a mi amigo, voy a generalizar.
A vueltas con el asunto compruebo que existen diferentes intensidades de felicidad. La 1ª es básica, y comienza cuando te alivias al rascar aquella zona de tu anatomía de difícil acceso, pasando por el placer que sientes cuando tu equipo favorito se alza con la victoria, y abarca hasta el momento en que el político que has votado, gana las elecciones. Esta felicidad, está al alcance -salvo raras excepciones- de la inmensa mayoría, aunque es cierto que también se puede conseguir de manera puntual en la cama -solo o en compañía-, cuando das rienda suelta al órgano más divertido de tu cuerpo, responsable directo de que este Planeta cuente con más de ocho mil millones de copias. Debo resaltar que este tipo de felicidad es intensa pero efímera y se convierte en responsable, en gran medida, de que los grupos mencionados a continuación puedan conseguir la suya sin necesidad de trabajar, sin que se deshaga el nudo de su corbata y sin despeinarse.
La felicidad del 2º grado es más intensa, y solamente está al alcance de unos cuantos elegidos. Pertenecen a este colectivo los afortunados a los que la naturaleza dotó de unas perfectas condiciones físicas y mentales, los que fueron agraciados por la Diosa Fortuna y los que ganaron las elecciones, que obtendrán la posibilidad de saquear a todos los que les votaron y también a los que no les votaron, consiguiendo cotas de felicidad que no están al alcance del común de los mortales.. En este grupo también están incluidos aquellos que manejan la economía mundial y que de pronto deciden aumentar los intereses bancarios, destrozando las cuentas corrientes de aquellos individuos mencionados en el nº 1. Existe otro colectivo que ha cimentado su felicidad de Grado 2, condicionando al resto de una forma muy sutil. Ellos rezan, que cansa menos, y animan a los demás a no desfallecer asegurando que, cuando mueran, serán transportados a un idílico lugar, en donde no estarán obligados a trabajar y serán felices in saecula saeculorum, amén, pero advierten, que si no obedecen sus mandatos, tienen poder para mandarlos a otro otro lugar, donde serán devorados por las llamas, también por los siglos de los siglos, amén. De esta forma -aparentemente tan delicada-, han conseguido robar una cuota importante de felicidad y hacerse con el control de la vida y la muerte para toda la eternidad de aquellos individuos que pertenecen al nº 1 del ranking, y al mismo tiempo que alimentan sus bajos instintos con carne fresca, disfrutan de una felicidad que no están dispuestos a compartir con los demás.
En la fase 3, observaremos que unos tipos «afortunados», elevan su cota de felicidad a la máxima expresión cuando, como si se tratara de eliminar sin piedad una gran masa de cucarachas ordenan a sus esbirros destrozar, por medio de bombardeos indiscriminados, todo lo que se menea a su alrededor. Se consideran divinos y actúan sin piedad contra el resto, a los que consideran simplemente un número. No tienen piedad para las cucarachas, para sus amigos, ni para sus enemigos. Muy pocos han conseguido elevarse a estas alturas, aunque llegar a estos extremos tiene sus riesgos, si consideramos que el asunto actúa como un sistema de vasos comunicantes. Si no se controla la presión sobre uno de los vasos, el contenido se desborda, y lo conseguido hasta el momento puede venirse abajo en un instante. Como ejemplo puedo citar a unos «Soberanos» que tiempo atrás, emborrachados de felicidad hasta las trancas -a costa de sus vasallos- fueron detenidos, encarcelados y ejecutados en la guillotina. Desde que existe memoria escrita y en todas las épocas históricas tenemos constancia de que estos individuos, que junto a las religiones monoteístas son responsables de las mayores masacres ocurridas en este Planeta, han campado a sus anchas. Hace ochenta años, un individuo fué feliz destrozando medio mundo y masacrando a más de cincuenta millones de individuos. Lo pagó con su vida, aunque es cierto que una vida entre tantos millones, no representa un pago justo.
Estoy en mi casa. Por mi natural curiosidad voy a ver cómo está el panorama internacional y aparece en la pantalla de mi televisor el frío rostro de un individuo muy particular . Es increíble. Dicen que se trata del hijo de la Putina. Se permite el lujo de invadir una Nación y de amenazar al resto del mundo y tiene la desfachatez de culpar a los demás de la escabechina. Aunque no parece muy feliz, lo he incluido en esta fase, porque, me da pena, ya que su extrema palidez , su rostro cetrino y su lenguaje facial, indican que los síntomas corresponden a aquellos individuos que no han conseguido culminar la última fase de su proceso digestivo. Él no nos ve pero nosotros, gracias a las nuevas tecnologías, lo tenemos muy presente en nuestros corazones.
Total, que no conseguimos la plena felicidad, porque estamos atrapados por unas sectas que predican que si no crees en su Dios, mereces morir, por unos individuos que mangonean a su antojo los recursos económicos que has conseguido con tu esfuerzo y por un individuo convertido en máquina de matar, porque tiene problemas de tránsito intestinal.
Estoy preocupado intentando ver el asunto desde otra óptica, y a mi pesar no consigo cambiar esa imagen, de manera que estaría profundamente agradecido si alguien me da las suficientes razones que demuestren que estoy equivocado y es capaz de proporcionarme los datos necesarios para que, analizando este tipo de comportamientos desde un prisma diferente, ver si consigo dormir y desaparecen -de una vez por todas-, las náuseas que me está provocando.
El panorama es triste, ya que el asunto afecta a miles de millones de individuos que no hacen nada para cambiar las cosas. La realidad es que, desde el principio de los tiempos, solamente se han divertido unos cuantos y creo que ha llegado el momento de transformar esto en un lugar en donde podamos divertirnos todos… No permitas que esta situación continúe. Más información en la 6ª Edición (2.0) de ¿Por qué somos tan imbéciles? y en la 2ª Edición de Los relatos breves de JM Raskavich.