Erase una vez que en un lejano y mágico lugar, nació un niño en un pesebre. Sus padres lo contemplaban con ojos llenos de amor, y mientras el cielo se iluminaba por la buena nueva, un buey y una mula daban calor al recién nacido. Un escenario muy tierno y emotivo, teniendo en cuenta las condiciones en las que la criatura había aparecido sin embargo, el narrador de la historia que ya tenía encandilados a los allí presentes y aprovechando la magia del momento, se fue animando. Continuó el relato asegurando que se trataba del hijo de Dios, que había venido a este mundo a redimirnos de nuestros pecados y – cada vez más entusiasmado – terminó asegurando que había sido concebido por obra y gracia de un Espíritu Santo, sin explicar en ningún momento de que manera había conseguido el milagro. Transcurrido tanto tiempo continúa alucinando a buena parte de la humanidad, de manera que, desde esta plataforma, quiero dar mi más sincera enhorabuena al narrador de este relato, que – año tras año – continúa asombrando al mundo. Lo que no cuentan las crónicas es cuantas cervezas se había tomado el hombre para llegar tan lejos en su apuesta narrativa, aunque debo admitir que para aquellos tiempos fue una genialidad. Tan genial ha sido que transcurridos más de dos mil años todavía perdura su magia. Año 2021. 24 de Diciembre. No me preguntes la hora. Todos juntos en un espacio iluminado con velas. Ambiente festivo, una cena de lujo, bebidas para emborrachar a un destacamento, canciones archiconocidas y con una euforia desatada celebrábamos unos acontecimientos que, según cuentan las crónicas, habían ocurrido justamente 202l años atrás. Casi nadie entre nosotros creía que estos acontecimientos fueran ciertos sin embargo -curiosamente- los estábamos celebrando. En lo más profundo, todos deseábamos que aquella historia con la que machaconamente habían castigado nuestros tímpanos desde niños fuera cierta, porque nos encantan las historias tiernas. Hasta aquí todo perfecto, sin embargo aquella narración disponía de dos partes perfectamente diferenciadas. La primera, con un argumento perfecto para anestesiar a un cuadro de bailaores de flamenco en plena actuación y la segunda – que sería necesario tratar en un capítulo aparte – con posibilidad de producir insomnio de por vida a una marmota…
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El fragmento del NUEVO libro ¿por qué somos tan imbéciles? 6ª Ed. 2.0